Tuesday, August 22, 2006 at 3:44 AM

Las comas

"Él decía que todo el conocimiento se condensa en veinte palabras, y se espantaba ante la mole de libros que le llegaban por día, enviados por amigos desconocidos. ‘Cuántas palabras’, se lamentaba. Escribía muy poco, cuatro o cinco frases por año. Pero trabajaba cada una con un rigor no solamente interior sino también de artífice del lenguaje. Era maniático por las comas, porque una coma resultaba fundamental para marcar matices de su pensamiento. Solamente lo he visto furioso por eso: por una coma equivocada en la imprenta".

A veces los hallazgos hay que enseñarlos sin ponerles una coma de más. Conoce a Antonio Porchia, el nuevo cronopio de la cámara.

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Friday, August 18, 2006 at 5:01 PM

Maravillarse 2 (o el espejo cóncavo)

Era una nueva clase social y necesitaba de nuevos entretenimientos. Eran tiempos de intrépidos viajeros, mientras ellos, los poseedores de cámaras de las maravillas, no tenían más que extender los cheques al portador. Capricho de nuevos ricos, si se quiere, en el corazón de las lujosas casas en las nuevas ciudades se guardaban tesoros ocultos, insospechados. Una exhibición para el solaz privado, un culto recóndito a la anomalía, a la extravagancia, a la fiesta exuberante de la naturaleza y a cuanta novedad se presentara en el campo de la técnica humana -sin olvidar, ni por un momento, los productos del despiadado azar. Oh, tontos burgueses, ricos ociosos, ocupados en inútiles asuntos sin importancia, amparados en la muy decente preocupación de hacer crecer los sacos, las sacas, los mete y sacas. Oh, ridículas familias de las incipientes ciudades, multiplicándose con brío, procreando al compás urbanita y divino, sin cuestionamientos ni fisuras en la fe. Oh, lujosas casas con doradas mamposterías, olorosa madera y finísimas telas en cada portante.... Pero, ¡ah!, el padre de familia aún tiene tiempo para cultivar un inocente vicio, un pequeño pasatiempo con el que colorear las tardes y también, por qué no, escandalizar un poco a las visitas. Allí detrás, en la última puerta del pasillo, o en la habitación que queda disimulada al otro lado de la biblioteca, allí, he puesto mi cabinet de curiosités, mireusté, mi Wunderkammer, tengo ejemplares de Ogyris subterrestris traídos de Oceanía, cuento con pelo verdadero de una cabeza jibarizada, me conseguí la pezuña de una llama peruana, pero aquí no termina la cosa, aquí, aquí está la sección artificialia, venga, venga a reirse con este enanito que da saltos, no es una ricura de juguete, y mire aquí, por este agujero, lo último en inventos, una camera obscura que compré por unas rupias en los mercados de Roma... Y este vaso de jade tallado, y este cerebro, no es natural, es del más fino e impresionante coral rojo, y este damasquino, y esta cabeza de perro, y este cuarzo de casi un kilo de peso, y esta ortopedia de un dedo meñique, y este corazón de grulla, y este pedazo, según me aseveraron, de la capa con que vistieron a Cristo al bajarlo de la cruz...

Eran lugares, oh, sí, en los que conservar la fe en la capacidad de sorpresa, la pasión por el objeto tangible, el halo de misterio de lo que siempre tiene explicación, aunque no la conozcamos. Eran templos a la hermosa y terrible y liviana y brutal inconsciencia de la naturaleza, al mismo tiempo que santuarios de la genialidad científica -pequeños museos de ciencias naturales así como de artes humanas y tecnología, pequeña mansión de los horrores y los errores. Eran alephs para conjurar el miedo, la ignorancia, la falaz sentencia de que no nos queda nada por conocer, luego no tenemos de qué mierda maravillarnos. Eran terapéuticas estanterías contra el asedio del déjà-vu y el relativismo.

Hemos visto demasiado, ya, no como la proto-burguesía del siglo XVII. Hemos aparecido donde habíamos desaparecido, espantados por un retumbar cacofónico de voces. Hemos vuelto, con qué fin. No sabemos si queda maravilla en el mundo y he aquí la cuestión. Dijimos que no habría fundaciones (aún menos re-fundaciones), pero hete aquí, visitante, que te estás asomando a una cámara en el corazón de esta mansión pseudolibresca y posmoderna. Esta será la cámara de las maravillas donde alojar lo anómalo, lo extravagante, lo inusual, lo azaroso y lo bello, o lo azarosamente bello. La capacidad para asombrarnos nos asegura, al menos, que latimos aún.

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