Thursday, December 28, 2006 at 3:38 PM

Ecos

“In most musical instruments the resonator is made of wood while the actual generator is of animal origin. In cultures where music is still used as a magical force, the making of an instrument always involves the sacrifice of a living being. That being’s soul then becomes part of the instrument and in the tones that come forth, the ‘singing dead’, who are ever present with us, make themselves heard”. Joscelyn Goodwin en Harmonies of Heaven and Earth.


En las brillantes calles de la ciudad no hay espanto al silencio. El silencio se esconde, se agazapa, es débil, poca cosa en las calles. No se le puede sentir, apretando, hiriendo carnes, adueñándose por dentro de uno, hasta el borde de las terminaciones nerviosas. El silencio es una calle quieta. El coleccionista ve pasar las calles bajo sus pies como cinta transportadora, haciéndose duración, ocupando el lugar del silencio.

Ese asesino silencio empujó al coleccionista fuera de su cámara. Lo lleva empujando muchos días. Allí se ha rodeado, voluntariamente, de silencio, pero hay días en que no puede tolerarlo. Los ecos se derraman a sus anchas por los pasillos, ofreciéndole el espectáculo de su soledad. Con frecuencia cada vez más dispersa, a veces, el coleccionista inserta clavijas y engancha cables, y hace sonar alguna música. El tiempo se estira interminablemente en compañía de sus tesoros –ellos se expresan en el espacio, ellos no mutan. Pero el sonido.

El sonido es digno de asombro. Necesita espacio para ser pero, en sí, ES tiempo. Los sonidos, tan volátiles, tan imprevisibles, tan fantasmales. Una vibración muere tan pronto como otra nace. Es la inconstancia misma, es lo formidable del sonido.

El coleccionista se ha detenido. Las calles, bajo sus pies, se han detenido. Centenares de luces parpadean, en incógnita sinfonía. Cuanto se diga de los sonidos es posible decirlo de la música. Si bien siempre se desarrollará en el espacio, la música VIVE en el tiempo. Es duración, pero duración cualitativa. Es leche con chuchoca. Es lluvia con sol. La música, en cuanto que duración, tiene la capacidad de suspender la duración, el transcurso. Música, esto es, en su estado más puro; lo concreto que es lo abstracto de la música; el sonido cualitativo. El golpe acompasado, la armonía de las cuerdas en vibración, el grito modulado, pero inarticulado.

Es un vehículo, un canal, un lenguaje sin traducción posible y por tanto, cognoscible. Música, fermento emocional, aquello que expresa todo, y nada, aquello que nos conecta con el más allá, con los muertos, con lo divino, o con el centro de nosotros, con el alma, con el vacío que se acrecienta dentro pero que, ahora, ha dejado de dar miedo. Previo a la existencia del símbolo, hicimos música. Para no pensar, para arrancar una brizna de certeza al mundo. Para idiotizarnos en el éxtasis o hallar una senda de vuelta al niño que fuimos. Ponernos en contacto.

La música, dice el coleccionista deteniendo sus pies, está hecha de tiempo; pero lo viste, lo desviste, lo hace experimentable, dejamos de sentir el dolor de tener que dotarlo de sentido. Nos hace sentir instantáneos, inmortales. Llenar los vacíos del tiempo. Llenarse los bolsillos de arena y llenar las bocas de besos. Llenar los vacíos entre tú y yo, eso es comunicación. Allí donde los ecos aniquilan al silencio, se refugia estos días el coleccionista.

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