Tuesday, December 05, 2006 at 11:30 AM

Parpadea

"... sufrir sin sufrimiento, querer sin voluntad, pensar sin raciocinio".
Fernando Pessoa, Libro del Desasosiego

Tiene en sus manos una pequeña jaula de veinte por treinta y dos centímetros. Dentro, todo es opaco salvo ese escuálido organismo que brilla en su interior, como un fermento inconsciente. El ser en la urna parece mirarle desde el fondo de una ausencia. El proteo es ciego: en donde hubo de haber ojos no hay ni el asombro de no tenerlos. No hay siquiera un pinchazo en forma de recuerdo, como dicen sentir aquellos que han perdido un miembro. Sin embargo, esa figura incandescente le está mirando. Y él no puede sostener esa mirada. Es una mirada anulada, vacía, desprovista de todo. Una mirada que atraviesa edades y acude, desde su conciencia de no ser, que se sabe insignificante y antigua. Esa mirada inexistente contiene todo el tedio posible en el universo. El proteo le mira y le acusa. Y si no es con los ojos, serán sus branquias, sus atrofiados pulmoncillos o sus papilas cutáneas: le está acusando a gritos inaudibles, con ese entrecortado, aproblemado ritmo respiratorio. De vanidad. Vanidad de vanidades, estúpido coleccionista de infundadas maravillas. Porque todo es vanidad y lo único que haces es refundar la estupidez, amplificar la infantil ambición de escapar al tedio. Es incapaz de detener esto, incapaz de dejar la jaula en otra parte que no sea sobre sus rodillas, incapaz de dejar de buscar esos ojos borrados. Parpadea, persigue un punto de la piel viscosa del proteo, algo neutro. El proteo parpadea: no es posible. Parpadea, el coleccionista acepta su inmensa futilidad. El proteo parpadea, una vez más. Él parpadea, siente desaparecerse, borrarse su humanidad. El proteo parpadea: no tiene sentido. Siente el tedio, coleccionista, siéntelo profundamente.

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