Wednesday, October 11, 2006 at 12:08 PM

Fundación

Dijimos que no habría fundaciones, pero la tentación es mucha. Como esta no es una primera aventura, como ya no somos novatos (en casi nada) y creemos entender hasta cierto punto los mecanismos de estas (no tan revolucionarias, no tan especiales, no tan oraculares) herramientas de auto-publicación, nos planteamos un libro de estilo para dotar a la cámara de profunda incoherencia.

Como normas que son, las saltaremos de cuando en cuando.

Los blogs son retorcidos escenarios para el onanismo público. Si alguien espera aquí conocer a una persona, indagar en las circunstancias de alguien, leer secretos y mentiras anónimos, se ha equivocado de lugar. La cámara de las maravillas, como espacio privado que es, es la expresión de una individualidad. Sin embargo, la individualidad no es el tema. Los subjetividad a todas horas cansa. Las referencias personales, la falta de contraste, los ombliguismos, han convertido el fenómeno de los blogs en un lugar aburrido y fastidioso.

La cámara de las maravillas colecciona objetos. Los objetos mostrados son, como en todo museo particular, proyecciones del sujeto. Sin embargo, ese sujeto se minimizará del todo, se hará a un lado, se quedará en la sombra: todo su papel se limitará a abrir los cajones y las alacenas de la cámara, para presumir de su apabullante colección.

En la cámara puede reinar el silencio. El coleccionista está orgulloso de su colección, orgulloso y seguro. No espera comentarios laudatorios, quizá alguna que otra boca abierta, unos ojos encharcados, un hilillo de baba desprovisto de sonido.

No amontona, selecciona. El mundo es una diversidad tan grande de cosas que una cámara de las maravillas tiene la misión de poner orden en el caos. No todo lo que a primera vista maravilla tiene el derecho a estar aquí. No todo puede ocupar un espacio ni merecer nuestro tiempo. El coleccionista está a diario en la caza, permanentemente alerta, y somete sus descubrimientos (a veces falsos) a un riguroso método de control.

La maravilla no es siempre hermosa. Los antiguos coleccionistas, los pioneros del museo moderno, saben que en el horror hay incluso más motivo para la admiración. Todo aquello que suponga una pregunta, y una exclamación, puede ser contenido.

El coleccionista no lleva la razón en nada. Tampoco va a explicarse. Si las cosas por sí solas no hablan, poco o nada podrá añadirles. Eso sí, todo museo implica una puesta en escena, que no es el objeto mismo, que lo adorna y complementa. Coleccionar no es sólo mostrar: es yuxtaponer. Y a ver qué sentidos brotan.

El coleccionista se siente ajeno a sus objetos. Su gran colección es un museo vivo de la ajenidad, un muestrario consciente de lo que la realidad ofrece, que él no posee: al mismo tiempo que le pone un coto al vertido informe del mundo, lo separa de él. En última instancia, el coleccionista ha elegido esta forma de expresarse para sentirse dentro de las cosas, cuando a diario sabe que él no es las cosas. El coleccionista hace lo que hace por escapar de la melancolía.

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