Friday, October 27, 2006 at 11:24 AM

Proteus Anguinus

"Proteus Anguinus o pez humano. Mide de diez a veinticinco centímetros. Una suerte de desecho entre los anfibios, un caso único de metamorfosis fracasada. Respira por branquias en general, aunque también lo hace por la piel, y además tiene en su interior un germen de pulmones. Es ciego. Posee extremidades, pero se han quedado a mitad de camino. En lugar de patas traseras tiene muñones, y en las delanteras tres dedos. Dicen que puede sobrevivir sin alimento varios años. Su expectativa de vida es insólitamente larga, puede vivir hasta cien años. Carece de pigmentación, su piel es lechosa, pálida, casi transparente, y a través de ella pueden verse las agallas sanguinolentas, las venas delgadas que corren por su cuerpecillo y su diminuto corazón. En resumidas cuentas, una especie de mutante fracasado entre lagartija, pez y embrión humano". (El Ministerio del Dolor, Dubravka Ugresic, Ed. Anagrama, 2006. p. 169)

Antes que nada, el coleccionista se documentó bien. Deseaba sobre todas las cosas, desde que el maldito párrafo había aparecido ante sus ojos, incorporar un ejemplar de proteus anguinus a su cámara. Traer maravillas siempre tenía algo de arriesgado, así fuesen las más intelectuales, pero algo le decía que esto en particular iba a ser un quest solitario y desafiante. En ningún caso se imaginó, eso sí, que por primera vez iba a hacer algo delictivo.

Proteus anguinus había sido una especie de orgullo nacional para la antigua Yugoslavia, un símbolo de rareza y anomalía y quizá hasta de la originalidad de estos pueblos. Pero había permanecido ajeno, sepultado en la más completa oscuridad de su hábitat, a todas las guerras que habían acontecido sobre su cabeza. Ahora era de todos, lo que es lo mismo que decir que no era de nadie. Esto es, tenía que ser suyo.

Cuando comenzó a indagar, rápidamente se dio cuenta de que no le iban a servir ninguno de sus cauces habituales. Ni las librerías ni los anticuarios, ni siquiera el judío que tenía encargado ir detrás de unos garabatos de Terry Gilliam (no había prisa, sabía exactamente dónde se encontraban). Proteus era distinto. Era casi mitológico. Y debía llegar vivo. Vivo y respirando por sus cuatro branquias, por su piel luminosa, por sus pulmones alentejados. Vivo y fosforescente.

Cuando se lo pidió a los del sector serbio, hicieron ademán de querer pegarle. Cuando se lo planteó a los croatas, encogieron levemente los hombros. "Koliko novac?" No necesitó, pues, acudir a los demás. Pero le pidieron una cantidad desorbitada, tanto, que se vio obligado a vender algunas cosas. Nunca le había importado tan poco desprenderse de su colección.

Han pasado algunos meses. Desde que supuestamente llegó a un acuerdo con ellos (nunca se puede saber con certeza qué estás diciendo si te ayudas de un diccionario de antes de la fragmentación) no ha sabido nada nuevo. Se llevaron la mitad por adelantado, mucho, mucho dinero. Pero sabe, siente, que el proteo está cerca. Ha derribado la parte trasera de la casa, ha construido un remedo de cueva, una réplica exacta a una que visitó una vez en su adolescencia. Sin la ayuda de nadie (pues, si no, tendría que dar demasiadas explicaciones), ha traído roca volcánica, ha sembrado por doquier especies de hongos y líquenes arrastrados, ha instalado un sistema de humidificación constante y, directamente al proveedor del ejército norteamericano, ha comprado un equipo de visión nocturna.

Quizá sea su último capricho pero, a buen seguro, no puede haber nada más cercano a su propia palidez de pergamino. Es la losa con la que vive, la sensación de no pertenecer a este mundo; por primera vez, sabe que hay otro ser tan indefinido como él. Tan sólo imaginándolo puede sentir cómo se funden las cadenas que le aprisionan el espíritu cuando se deja atrapar por la melancolía.

Por lo demás, no tendrá que alimentarlo.

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Friday, October 20, 2006 at 10:41 AM

Desnudo

Monterroso, en su diario:

"No te muestres mucho ni permitas demasiadas familiaridades. De tanto conocerte la gente termina por no saber quién eres". (La letra e).

El coleccionista termina de clavetear esta sentencia en un buen lugar, en lo alto de un muro que empieza a poblarse, se aparta un par de metros, admira su integridad y su sencillez, le maravilla que otros llegaran a conclusiones tan cercanas a las que él mismo cree estar elaborando. Entonces se da cuenta de que lleva toda la tarde desnudo correteando entre sus tesoros.

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Monday, October 16, 2006 at 4:57 PM

Mind the gap (1)

En estas, el coleccionista se encuentra como aquél que acaba de heredar la casa de sus abuelos, sin tener ni un remoto pensamiento de hacerlo, y con la casa le caen encima los testigos y vestigios de tres generaciones de personas. Tiene ante sí una inmensa cantidad de objetos que remiten todos a algo muy suyo, muy reconocible. Pero se trata de un conjunto sin sentido aparente, un amontonamiento de saber que está reclamando una vitrina temática, por así decir. Por experiencia, sabe que la cámara se va transformando conforme a las cualidades internas de la colección.

¿Qué tienen en común todos estos retales, todas estas piezas sueltas, toda la caterva de intuiciones guardadas en amorfos cajones? Se acerca y se aleja, alternativamente, de las cosas. Decide cambiar de dirección -continuar trabajando, para huir del ataque siempre inminente- y, buscando otra cosa, aparecen uno o dos flecos, alguien susurra una inesperada frase, y todo cobra un sentido suyo.

"Mind the gap, mind the gap", dice la electrificada voz dentro y fuera de los trenes. Mind the gap, mind the gap, mind the gap, se introduce como un mantra. Entonces se da perfecta cuenta de que sus pasos, y sus elecciones, han sido invisiblemente dirigidos por una tensa motivación.

Mind the gap, insiste, se trata del vacío, el hueco, el espacio nulo, la inconsistencia, la nada. No son las cosas, no, es lo contrario de las cosas, es el intervalo entre yo y las cosas. Tienes que llenarlo, piensa. Sabe de la inutilidad de la tarea, de toda tarea humana, pero se esfuerza por rellenar a todas horas el hueco feroz que le come el pecho. Otros lo empezaron antes que él y, aquel día, coloca casi feliz en su acristalada alacena la primera gema maravillosa bajo un nuevo rótulo: "Si alguien hace objeciones al tema o la forma de tratar este asunto y se pregunta por sus motivos, puedo alegar más de uno: escribo sobre la melancolía para estar ocupado en la manera de evitar la melancolía" (Robert Burton).

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Wednesday, October 11, 2006 at 12:08 PM

Fundación

Dijimos que no habría fundaciones, pero la tentación es mucha. Como esta no es una primera aventura, como ya no somos novatos (en casi nada) y creemos entender hasta cierto punto los mecanismos de estas (no tan revolucionarias, no tan especiales, no tan oraculares) herramientas de auto-publicación, nos planteamos un libro de estilo para dotar a la cámara de profunda incoherencia.

Como normas que son, las saltaremos de cuando en cuando.

Los blogs son retorcidos escenarios para el onanismo público. Si alguien espera aquí conocer a una persona, indagar en las circunstancias de alguien, leer secretos y mentiras anónimos, se ha equivocado de lugar. La cámara de las maravillas, como espacio privado que es, es la expresión de una individualidad. Sin embargo, la individualidad no es el tema. Los subjetividad a todas horas cansa. Las referencias personales, la falta de contraste, los ombliguismos, han convertido el fenómeno de los blogs en un lugar aburrido y fastidioso.

La cámara de las maravillas colecciona objetos. Los objetos mostrados son, como en todo museo particular, proyecciones del sujeto. Sin embargo, ese sujeto se minimizará del todo, se hará a un lado, se quedará en la sombra: todo su papel se limitará a abrir los cajones y las alacenas de la cámara, para presumir de su apabullante colección.

En la cámara puede reinar el silencio. El coleccionista está orgulloso de su colección, orgulloso y seguro. No espera comentarios laudatorios, quizá alguna que otra boca abierta, unos ojos encharcados, un hilillo de baba desprovisto de sonido.

No amontona, selecciona. El mundo es una diversidad tan grande de cosas que una cámara de las maravillas tiene la misión de poner orden en el caos. No todo lo que a primera vista maravilla tiene el derecho a estar aquí. No todo puede ocupar un espacio ni merecer nuestro tiempo. El coleccionista está a diario en la caza, permanentemente alerta, y somete sus descubrimientos (a veces falsos) a un riguroso método de control.

La maravilla no es siempre hermosa. Los antiguos coleccionistas, los pioneros del museo moderno, saben que en el horror hay incluso más motivo para la admiración. Todo aquello que suponga una pregunta, y una exclamación, puede ser contenido.

El coleccionista no lleva la razón en nada. Tampoco va a explicarse. Si las cosas por sí solas no hablan, poco o nada podrá añadirles. Eso sí, todo museo implica una puesta en escena, que no es el objeto mismo, que lo adorna y complementa. Coleccionar no es sólo mostrar: es yuxtaponer. Y a ver qué sentidos brotan.

El coleccionista se siente ajeno a sus objetos. Su gran colección es un museo vivo de la ajenidad, un muestrario consciente de lo que la realidad ofrece, que él no posee: al mismo tiempo que le pone un coto al vertido informe del mundo, lo separa de él. En última instancia, el coleccionista ha elegido esta forma de expresarse para sentirse dentro de las cosas, cuando a diario sabe que él no es las cosas. El coleccionista hace lo que hace por escapar de la melancolía.

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